Ahora todo lo que tienes
que hacer es recordar lo bueno. El sonido de la campanilla de cristal que no te
dejaban tocar sin un adulto al lado. Las carreras sin freno por el pasillo. El
olor a comida que escapaba de la cocina. La caricia de las cortinas de
terciopelo verde contra la mejilla, cuando nadie miraba. Y desde luego, aquel
armarito prodigioso, lleno de botellines de licor bien alineados: gin, coñac,
whisky, vermut, ron añejo, pippermint, tío Pepe. Un estuche que te convertía en
camarero que servía cócteles en un bar.
Hubo un tiempo en que las zapatillas del abuelo, gastadas
e inmóviles al borde del impecable cubrecama de seda, te daban pánico. ¿Por qué
seguían ahí? Al pasar ante la puerta entreabierta las mirabas por el rabillo
del ojo y echabas a correr con el corazón saltándote del pecho.
Rebanada de pan con vino y azúcar. Tebeos de dos céntimos
para pasar la tarde entera. La tía cosía en el
comedor mientras la cuerda ronca del reloj anunciaba costosamente las horas.
Tus padres siempre estaban fuera, arreglando unos asuntos.
Había que dejar pasar semanas, o meses, pero pasaron
años. Te fuiste a estudiar y dejaste la espera atrás. Apenas una llamada de
teléfono de vez en cuando, quizá para contar alegrías, jamás para preguntar si
algo había cambiado. La tía te quería tanto.
Ahora abres la oscuridad de la casa, remueves su aire
dormido. Una pátina de polvo lo cubre todo, pero no empaña el valor de los
recuerdos. Ahora que todo es tuyo, incluso el tiempo, ni siquiera el estuche
de los botellines, aún sobre la cómoda, llama tu atención. Has venido a por
papeles, pero no los buscas. Sin darte tiempo a abrir contraventanas acudes al
cuarto lúgubre, decidido, aunque conteniendo la respiración. De nuevo el
miedo te abruma el pecho. Giras el pomo dorado, ves el cubrecama impecable,
compruebas que las zapatillas ya no ocupan su lugar.
Una ausencia ha terminado sustituyendo a la otra. Lúgubre y veraz.
ResponderEliminarUn beso, Susana
El reloj que auncia las horas, también nos carga de recuerdos. La emoción llora al descubrir que es uno quien -sin saberlo- ha cambiado.
ResponderEliminarEntrañable relato, Susana. Gracias.
Un abrazo.
Es muy difícil, sobre una superficie plana, mostrar el tiempo. Creo que aquí reside el gran mérito de este texto, y te confieso, admirado, que tras leerlo varias veces aún no he descubierto el truco. Insisto, parece fácil, más allá de esas zapatillas, pero no lo es, ni mucho menos. Me encantó, Susana.
ResponderEliminarAbrazos.
"Ahora todo lo que tienes que hacer es recordar lo bueno". Me gusta ese comienzo que, si se solapa con el final, se queda en un intento. Un texto excelente, Susana. Toda mi admiración.
ResponderEliminarBesos.
Volver un día a algún escenario de tu infancia. Un escenario ya vacío de actores. Cuando alguna vez lo he hecho, he sentido la misma sensación que leyendo tu micro, Susana. Quizá ayuda el que esté escrito en segunda persona. La sensación es como si de pronto averiguara que en el pasado yo ya imaginé ese momento, como si mi yo-pasado esperara a mi yo-futuro, que es este yo-presente, y casi, si me escucho, puedo oir a aquel que fui diciendo, ves? lo sabía.
ResponderEliminarPrecioso, Susana.
Abrazos a borbotones
Una tríada de silencios que se haces oír en este espacio, Susana. Pero cada uno puede ser presentado individualmente, pues vale por peso propio.
ResponderEliminarCreo que éste es el que más me ha gustado, pues dice mucho más de lo que figura en palabras.
Un beso.
HD
Ah, falta mucho, pero en diciembre voy a España, ya tengo los boletos, así que voy a conocer a algunos de los tantos amigos que hay por allá.
¡Fantástico! Espero que podamos vernos. Abrazos.
EliminarCreemos cambiar, pero volver a los lugares de la infancia nos devuelve a lo que somos reálmente. Formidable texto Susana.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Hermoso relato...Romadrina
ResponderEliminarDa miedo pensar que a pesar de que se habite en el tiempo detenido, el miedo siga abrumando el pecho.
ResponderEliminarQuizás estos tres silenciós, que tan bien recreas, lo que muestran es la angustia vital y no el sueño eterno.
Un fuerte abrazo.
Mchísimas gracias, GEMMA, ARTE PUN, AGUS, SARA, MIGUELÁNGEL, HUMBERTO, ROSA, ROMADRINA e ISABEL por pasar y comentar. Un fuerte abrazo a todos y cada uno.
ResponderEliminarLa ausencia de las personas que quisimos deja un vacío tan grande...
ResponderEliminarRecordarlos en los momentos que compartimos es lo mejor que se debe hacer.
Preciosa y conmovedora la historia de hoy!
Besos :)
Muchas gracias, Nieves, con lo optimista que eres tú me conmueve que conectes con este texto. Tienes una sensibilidad todoterreno. Mil besos
EliminarPor la forma de contarlo me has traído ecos de una hermosa novela de Martín Gaite que leí dos veces seguidas, y una tercera tomando notas, La Reina de las Nieves.
ResponderEliminarBesos, y gracias.
Es mucha alusión para humilde servidora, pero se agradece profundamente. Abrazo gordo
EliminarUn estupendo texto, Susana. Por momentos me pareció estar enmedio de una novela. Me gustó el color de esa novela. ¿La has escrito? ¿La vas a escribir?
ResponderEliminarAbrazos fuertes,
P
He tenido la imagen de matroskas. Eso es lo que recuerdo de la primera lectura.
ResponderEliminarTiene un sabor cálido y a la vez inquietante. Un aroma estático, cerrado pero limpio, como a naftalina.
Me gustó el tríptico que compone con los otros silencios.
Abrazos
Muy bueno el micro Susana. En mi mente,e recuerdo del espacio vacío de la casa de mis abuelos se llenó de imágenes,palabras,olores,sabores... Hasta el reloj es igual al que acompasaba las horas de mi infancia junto a ellos. Felicitaciones!!!
ResponderEliminarUn abrazo gigante
Claudia
EL final, Susana, pudiera servir para un momento de todos, para decirnos que hay cosas atrás valiosas y que se pierden. Sólo está la memoria, los recuerdos. Pensé, por el inicio del cuento que terminaría diferente, pues había algo de inocencia infantil, luego se tornó un poco oscuro y llegó la madurez. Me gustó como sentí el cambio en este sentido. Hay un aire a Cortázar, bueno, debe ser que lo ando leyendo y lo relaciono con todo. Abrazos Susana.
ResponderEliminarMe gustó mucho el mensaje que encierra el micro, por aquello de que lo material no es lo más importante, sino lo espiritual, los sentimientos. Ellos son el verdadero motor de nuestra vida.
ResponderEliminarSaludos.
¿Qué cuartos, cuántos, oscuros dejamos atrás aunque nunca del todo, siempre agazapados en la memoria, por más que intentemos desterrarlos con otros tranquilizadores.
ResponderEliminarMe encantó.
Por cierto que no puedo leer el último. No sé si es problema mío.
Abrazos, muchos.
Me gusta mucho como está escrito, en segunda persona, no sé parece que aún impacta más esos silencios, esa sensación de tiempo pasado, de historias que no se dijeron pero se sospechaban, de recuerdos entre alegres y triste.
ResponderEliminarMuy hermoso, Susana, hasta he leído despacito por miedo a remover esa pátina de polvo.
Besitos
La vida te da hitos en los cuales llega el momento de hacer un inventario de los recuerdos. Suelen ser por motivos dolorosos, normalmente. Es en ese momento cuando uno se encierra con su propio silencio, ese que se ha ido llenando con el tiempo y que hay que balancear para determinar si el camino andado es correcto o hay que cambiar de sendero. En tu relato, con frases e imágenes que me gustan, las zapatillas del abuelo son utilizadas para representar la ausencia, pero sobre todo el abandono de los padres. Para mí, el narrador utiliza la colección de botellines de licor como otro objeto para crear la atmosfera de enfermedad en la familia, la falta de amor. No sé, Susana, me ha gustado interpretar. Además, creo que logras transmitir la soledad del protagonista.
ResponderEliminarPABLO, XESC, CLAUDIA, ESKIMAL, JUANITO, LOLA, ELYSA, XIMENS: muchas gracias por pasar y por dejarme impresiones que me permiten ver nuevos ángulos de lo que he escrito. Un fuerte abrazo a todos y cada uno.
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