Después de un año de suplicar, por ilustrísimas personas interpuestas, la consulta de cierto volumen monástico de su biblioteca, el más extraordinario de los bibliófilos alemanes accedió a recibirme en su casa de Colonia.
Me confiaron una dirección en pleno centro urbano, un quinto piso. Un lugar sorprendente: no podía albergar catorce mil volúmenes. La emoción me hizo equivocarme y llamé al sexto, pero igual me abrieron. Se me insistió, no obstante, en que debía pulsar el quinto. Cuando el ascensor paró caprichosamente en el tercero, se abrió una puerta.
El propio Helmut Ritter se quitó las gafas para escrutarme. Está bien, pase, concedió. Le seguí por un pasillo flanqueado de estanterías que sólo miré de reojo; me había propuesto no abusar de la paciencia de mi anfitrión. Ahí lo tiene, dijo, mostrándome un despacho sólo iluminado por una lámpara verde de sobremesa.
Bajo la luz yacía el incunable. Apenas pude acariciar el borde de la tapa de madera. La sensación superaba con mucho mis expectativas.
La puerta me sobresaltó al cerrarse de golpe a mis espaldas. Me dejaban a solas con un tesoro, ¿habría cámaras de vigilancia? Tendría que arriesgarme. Entonces reparé en la cadena medieval que impedía el hurto. Un elemento extraño, que se prolongaba hasta la pared y la atravesaba por un orificio. Bajé la vista hasta el agujero, lo palpé. ¿Adónde daría? Atraje un poco la cadena. Luego un poco más. Al final la empuñé y di un fuerte tirón.
Alguien devolvió la atracción con tal brutalidad que mi brazo se fue tras la cadena y sentí que era apresado con la fuerza de una zarpa, al otro lado; del segundo tirón crucé entero la pared y di de bruces contra un monje, que en furibundo alto alemán me conminó a abjurar de la cámara digital que colgaba aún de mi muñeca: esa misma tarde ardería en la pira de los herejes por practicar magia negra, dijo, y por disipar todo el saber de la tierra sin lección ni discernimiento alguno.
Me parece genial el momento cuerda, y ese surrealismo que impregna toda la pieza. Además, tiene cierto aire cinematográfico, en blanco y negro.
ResponderEliminarAbrazos.
PD: Enhorabuena por lo de La Nave, dos textos espléndidos.
Excelente, Susana. Me parece dificilísimo ofrecer ese grado de intriga en un micro. Además los saltos en el tiempo, mediante cadena en la pared o cualquier varita mágica, son una de mis debilidades ;)
ResponderEliminarEnhorabuena y besos
Me encanta tu abducción, todo va aumentando y creciendo como la biblioteca en varios pisos y este final tan sugerente, te ves atravesando la pared.
ResponderEliminarEnhorabuena y abrazos.
Caramba, Susana, pocoas veces me sucede esto: has escrito un micro que me hubiese gustado escribir a mí. (Gracias por ahorrarme el trabajo, ja ja )
ResponderEliminarPerfecto!
Un abrazo admirado
Excelente, Susana, abres puertas tras las cadenas para un final muy sugerente.
ResponderEliminarUn abrazo
Un micro con aires a "El nombre de la rosa", con un regusto medieval y de aventuras maravilloso, de género, vamos.
ResponderEliminarDigo como Manuespada. Imaginé al monje bibliotecario de "El nombre de la rosa" al otro lado de la cadena. Muy bueno.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Esto de las abduciones se te da muy bien, Susana. El tema de descolocarnos pero que nos engancha para seguir y pasar al otro lado de la pared con tu protagonista y quedarnos atónitos ante esa visión del monje y todo lo que viene después ¡uff!
ResponderEliminarMira, no sé como lo haces, pero me encanta seguir dando vuelta a tu micro.
Besitos
Me metí en el micro como en una película de las buenas. Aún no salgo. Ya te contaré.
ResponderEliminarUmarmungen,
PAUL VON GONZ
Muchas gracias, Agus, por el comentario y por la referencia a La nave. ¡No se te pasa nada! Un beso grande.
ResponderEliminarMil gracias, Rocío, aunque a mí tu último rayo todavía me tiene medio fulminada. Eso sí que fue un salto. Abrazos.
Me alegra que lo interpretes de un modo tan vívido, Isabel. Es un privilegio que te metas tanto en un relato mío. Gracias.
Patricia, tienes una varita mágica para tocar los corazoncitos de la gente. Gracias por tu comentario y por FB (te debo dos).
Puertas temporales, sí, Anita. Creo que es la primera vez que lo hago, tengo que practicar un poco más.
La verdad es que el relato parte de una experiencia personal, Manu, con un bibliófilo real (y amabilísimo) y sin monje, pero te agradezco la referencia porque me da, no sé, como más caché. Abrazos.
Gracias Rosa, hay figuras tan inolvidables en el cine y la literatura que se imponen con cualquier referencia. Y ahora que lo pienso, también Agus hablaba de cine...
Elysa, lo que me va a quedar dando vueltas es tu mensaje. Me has puesto así de gorda. Un beso grande.
Susana
Huy Von Pablo, hemos cruzado comentarios. Si vuelves del otro lado ya nos dirás qué tal le va al pobre hereje. Un abrazofen.
ResponderEliminarSusana
Yo que pensaba que un incunable era un niño no apto para la cuna, y resulta que es un libro de madera. Qué pesados tienen que ser, ¿no? Menos mal que tengo una i-tablet.
ResponderEliminarMarvellous, me encanta, precisamente por ese aroma que desprende a biblioteca-laberinto, donde al pobre diablo pícaro le pierden sus malas artes. Para entrar y salir con vida hay que tener la rectitud y sagacidad de Guillermo de Baskerville.
Besos.
Pues insisto, yo entré y salí de la parte que me dejaron ver de varios pisos de biblioteca sin problema alguno, me dejaron hojear los incunables tomando una copa y de regalo me llevé lo mejor de todo, el agradable rato que había pasado hablando con un señor de verdad.
ResponderEliminarLo único que trasladé a la ficción fueron mis escrúpulos, porque hasta entonces yo sólo había manipulado libros más tardíos, en bibliotecas públicas, bajo una suspicacia medieval.
Susana
Me gusta mucho, Susana, un microrrelato de intriga en toda regla con incunables, bibliotecas laberínticas y monjes del pasado al otro lado. Y está tan bien escrito... Por deformación a veces leo con el radar puesto, por si algo me saca del "sueño de la ficción" que decía Gardner, y nada, no hay forma de pillarte.
ResponderEliminarAbrazos
Muchísimas gracias, Jesus. En realidad me tranquilizas, porque estos micros más largos, narrativos y con sorpresa final siempre me parecen más 'cuentitos' que micros (como si no estuvieran en la onda, digamos). Además tú eres un maestro de la elipsis, y que me valores un relato en que no existe es más de agradecer, pienso. Me da seguridad. Un abrazo grande.
ResponderEliminarSusana
Muy buen texto, Susana, ese pasaje del hoy al medioevo me hizo viajar.
ResponderEliminarPor cierto, en el Louvre me hicieron algo parecido, sólo que en francés...
Un beso enorme.
HD
Muerte roja
ResponderEliminarQue suspense!!!
Lo he leído dos veces porque la primera casi que no lo he disfrutado por querer llegar a ese final!!!
Excelente Susana, Un beso grande :)
Humberto, tendrás que contarnos cómo te abdujeron en el Louvre, me has dejado intrigadísima. Mil gracias por pasar.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Muerte Roja, despertar tu interés en algo que es materia habitual para ti me deja muy satisfecha. Un beso.
Susana
Lo malo de llegar el último es lo que tiene, que ya no sabes qué decir. Quizás comentar que por un momento me ha recordado a la película The cube y pensé que era él mismo el que tiraba de la cadena a ambos lados.
ResponderEliminarNo sé qué mensaje interesante podría poner. Sólo digo que este me emocionó mucho. Me sentí quien tiró de la cadena, me sentí en el cuento.
ResponderEliminarPues para no saber qué decir, Depropio, creo que haces una gran aportación con esa imagen tan sugerente. De hecho siempre pensé que era un micro que requería continuación, y tú apuntas una muy buena. Gracias.
ResponderEliminarGracias Eskimal, como bien sabes, que un lector se meta en tu relato es la mayor satisfacción. Un abrazo.
Susana
Un relato subyugante. Con la sensación de que el lector va a seguir tus mismos pasos.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Susana, me ha gustado. Sobre todo las razones expuestas para arder en la hoguera.
ResponderEliminarPor intentar salvar lo que se pueda, y ya que el monje te habla en alemán de Colonia, se me ocurre que pongas cara de turista, y digas "sorry, the toilets?".
Abrazos
Muchas gracias, Elèna. Me hace gracia que traspases el portal y hables desde el otro lado, tú también. Estamos de encuentro en la tercera fase...
ResponderEliminarArte Pun, te agradezco especialmente el comentario. Situé el relato en Colonia por concentración de bibliófilos, pero luego me desvinculé de esa idea y coloqué el monje con un dialecto "antiguo", sin más. Tienes razón: ¡he sido pero que muy 'guiri'!!! Lo reviso, MUCHAS gracias y un abrazo.
Susana
Hola Susana, a mi todos esos detalles que me apuntas se me han pasado, simplemente he bromeado con una posible solución para que no ardiera nada en la hoguera.
ResponderEliminarColonia me suena más a bote grande de nenuco que a ciudad, y desconozco el alemán que allí se habla.
Saludos y gracias por tu "recomentario"?.
Es fantástico este micro. Y cuando digo fantástico voy más allá de la abducción medieval. Redondo, redondo. Me gustó mucho.
ResponderEliminarBesos sin más.
Redonda, redonda, me dejas, Lola. Mil garcias por tu fantástico comentario. Abrazos.
ResponderEliminarSusana