Han pasado 1.277 días y tú has hecho vida normal. Es verdad que no te han dejado volver a cocinar bajo el pretexto de que tu espalda ya no está como para aguantar tres horas de pie haciendo la paella, pero al fin y al cabo te encuentras estupendamente. Sigues con tus partidas de bridge de los jueves. Y vas a buscar a Nico a la guardería, eso es lo mejor. En septiembre se te agarrotaban las manos; en octubre tenías palpitaciones. Sólo es ansiedad, dijo el médico. Cuando Nico sale del cole te salta al cuello y tú lo tensas como cuando eras joven, cuando ponías cuello de toro para hacer pesas y que las chicas te admirasen un poco. Porque si el niño quiere un abuelo de hierro pues lo va a tener. Luego te echa una carrera y tú vas detrás. Te cuesta algún que otro resoplido, pero estás en forma.
Han sido 1.277 días de felicidad inconsciente. Asi es la vida, ni se nota que pasa. Hoy tienes que cuidar a Nico en casa porque su madre saldrá tarde del trabajo. No es el mejor día para hacer de canguro porque esta mañana has sentido que se te nublaba la vista, pero qué caramba. El chico es estupendo. Es lo mejor que te ha pasado nunca. Lo disfrutas más que a tus hijos. Ahora tienes más tiempo y menos preocupaciones. Sólo la maldita ansiedad... Debe ser un recuerdo de tu vida activa, te censuras. Porque tú estás como un toro. Exceptuando, claro, el recorrido que lleva esa espina que se te clavó el día de la paella, escena insignificante. Te dolió el dedo unos días, pero luego creíste que se había curado. Qué ironía, fue todo lo contrario: la absorbiste. Tu torrente sanguíneo la fue empujando. Hay tantas oportunidades minúsculas y cotidianas de perder la vida... nadie podría impedir su viaje mortal hacia la diana de tu destino. Nadie sabrá que es ella quien acaba con el abuelo.
Estás sentado frente a la tele con tu nieto. Presientes algo. El chico mira unos dibujos que tú no sigues. Respiras profundamente, como si quisieras disipar ese fantasma que te aprieta el pecho. Nico se levanta. Repentinamente se sienta en tu regazo. Empieza a acariciarte las mejillas y se queja de que raspan, abuelo, aféitate, y te masajea y te constriñe, y te aprieta las mejillas hasta que haces la O con la boca, y le dices que se esté quieto pero qué va. Él te achucha y te agobia y tú le ruegas y suplicas en vano, Nico para, y al final te dejas caer de espaldas sobre el sofá con el niño encima, te aplasta, y de puro absurdo y de tanto agobio sueltas una carcajada, sí, y él te besa y te hace cosquillas y al final te puede ese chico y lo bicho que es y tu carcajada suena grande y sonora, tan grande y tan sonora y repentina que tu corazón se expande, tu tórax se agita, tu sangre se mueve y la espina (¿qué espina?), quién sabe por qué, se extravía.
Una preciosa historia nos regalas hoy Susana. Me gusta ese final feliz, esa risa profunda que vence a la muerte.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Ah, cuánto me has hecho sufrir, Susana. Gracias por el alivio y la sonrisa del final. Bello, bello, bello.
ResponderEliminarAbrazos!
Como a Patricia me temía lo peor y lo lamentaba por el niño al que ya veía guardándo un recuerdo terrible de su fantástico abuelo pero.... puf, qué bien, la vida sigue y ellos juntos, disfrutando de ellos, teniendo más vida, el abuelo perdiendo la espina, el niñó con un compañero de mimos y juegos.
ResponderEliminarMuy tierno, gracias
¡Me gusta! ¡Por fin algo de optimismo en estos tiempos que lo son tan poco!
ResponderEliminarPor una vez las alas de la mariposa no han provocado una catástrofe, han salvado la vida del abuelo, aunque bien es cierto que lo que revoloteaba sobre él no era una mariposa.
Me gusta además el empleo de la segunda persona y cómo trazas el personaje de lejos, y de cerca.
Molto bene!
Un abrazo y un aplauso.
Jo, qué mal lo estaba pasando, menos mal que la risa lo vence todo. Gracias!
ResponderEliminarMe ha recordado un poco el nieto y el abuelo a La Sonrisa Etrusca, que leí hace mucho pero que tiene mucha de la ternura que tiene este relato.
Un abrazo
Susana ¡Qué belleza de texto!
ResponderEliminarLo comparto.
Besos.
El amor y la felicidad, venciendo a la muerte. Qué buen sabor de boca para este martes. Pero desde luego has mantenido la tensión hasta el final, qué mal lo he pasado. Un beso.
ResponderEliminarA mí me estremece, pese al tono vitalista y pese al final. Quizá porque en ese balanza de puntos de apoyos, aunque no sea esta vez, se intuye la tragedia que un día u otro sucederá. Creo que ahí reside el mérito del texto, donde se cifra la elipsis, desde la vida en todo su apogeo. Me encantó.
ResponderEliminarAbrazos.
Un texto muy emotivo, Susana. En un principio me imaginé que lo peor iría a suceder, pero tu pluma salvadora hizo que mi sonrisa apareciera y que respirada aliviado... y hasta soltara un suspiro de emoción.
ResponderEliminarUn beso enorme.
HD
¡Qué profundidad emocional que tiene este micro, Susana! ¡Cómo nos llevas, de la mano de ese narrador en segunda, a sufrir por ese niño al que se le morirá el abuelo en sus brazos y qué bien que giras un instante antes de donde todos creemos que nos vamos a empotrar!
ResponderEliminarDestacan los sentimientos que detallas a través de limagenes cotidianas. Me has recordado algo que siempre repite mi madre; los hijos son ese capital que hemos de cuidar, los nietos los intereses que el capital nos ha dado para disfrutar.
Fantástico micro. Con tu permiso lo compartiré.
Un abrazo.
Hermoso relato,imposible no hurgar en los propios recuerdos..Me encantò. Romadrina
ResponderEliminarContención. A mi me llevó a contener la respiración temiendo un viaje inevitable de espina. Tres años y medio de felicidad inconsciente a punto de paralizarse por una paella que jamás volveré a ver igual. Y menos comer.
ResponderEliminarMe inquieta ese narrador que me habla directamente a mí, abuelo. Igual que Agus, no me quedo tranquilo y estoy por dejar tanto paellas como fideuás. El vino no.
Salud y abrazos, Susana
Gracias Susana por no dejarlo morir. El título me confundió un poco, pero los comentarios me han aclarado como luz blanca. Bonito homenaje a la relación abuelo-nieto sin que la estropee algún padre con sus prisas y neuras. Y es cierto, tres años y medio se pasan volando, parece que fue ayer, ¿recuerdas?.
ResponderEliminarBesos
Madre, hasta que se ha extraviado la espina me has tenido en un ayayay. Es más, creo que me la he tragado yo, Susana. Porque lo que está claro es que el final será parecido, y ha sido como un adelanto del futuro que yo ya no me quito durante un rato de la cabeza.
ResponderEliminarUn abrazo, tot i axí.
Una sonrisa sanadora. ¿Qué más se puede pedir? Hermoso final, respiré aliviado.
ResponderEliminarSaludos
Cuando ya creía que la espina iba a acabar con el abuelo, con un giro de muñeca, te la llevas a donde no puede hacer daño. La risa y las cosquillas son curativas.
ResponderEliminarTierno, tierno.
Abrazos al cubo.
Muchas gracias, ROSA, PATRICIA, LUISA, FERNANDO, ANITA, SARA, MAR, AGUS, HUMBERTO, PEDRO, ROMADRINA, XESC, ARTE PUN, MIGUELÁNGEL, LUCAS y LOLA por vuestros comentarios. Un abrazo a todos.
ResponderEliminarPuuuuf... que tensión... me esperaba lo peor menos mal que la carcajada es la protagonista del final...
ResponderEliminarUna ves que me relajo.... reflexiono... me encantó!!!
... pero es que siempre me gusta lo que escribes...
Un besito :)
Me sumo al miedo de los demás, ya desde el título, y al alivio final. No debe ser fácil matar a un abuelo delante de su nieto, aunque sólo sea en el papel, me alegro de que no lo hayas hecho. Muy bueno el ritmo, nos va metiendo el miedo en el cuerpo mientras alternas la cuenta atrás con el presente. Me gusta mucho.
ResponderEliminarUn saludo
Una historia llena de tensión y de ritmo narrativo hasta el final. Como las buenas historias. En ésta focalizas la atención en una cosa menuda, una espina. No se necesita más.
ResponderEliminarSaludos.
¡Qué hermoso relato! Tan real como ese abuelo superándose como un toro, y ese permanente deseo de estar a la altura que le lleva a vencer hasta a la muerte, porque ya se sabe, el que ríe el último...
ResponderEliminarAbrazos.
Qué bonita historia Susana, cuánto cariño bien expresado. Me ha encantado, encima cuando uno se va poniendo blandito, esperando algo inevitable, surge el milagro de estas cosas que pasan cuando solo tú puedes hacer que salgan bien.
ResponderEliminarMe hizo recordar cositas cercanas,con finales manipulados hasta que llegó el real.
Gracias por hacer soñar con finales así.
Un besito.
NIEVES y NIEVES TORRES, RICARDO,ISABEL y ENMASCARADO, ¡gracias por "sufrir" un poquito... y por comentar! Un fuerte abrazo
ResponderEliminarSiempre he imaginado que ser abuelo debe ser como ser padre pero sin lo malo.Qué ganas de tener nietos que se lleven las espinas.
ResponderEliminarMuchas gracias Araceli, un beso grande.
ResponderEliminarMe gusta ese narrador en segunda, es una historia hermosa. Tiene tensión y me mantiene conteniendo la respiración con ganas de llegar al final de saber qué va a pasar y cuando llego respiro con alivio.
ResponderEliminarNo sé, refleja la vida, recuerda que cualquier pequeño o gran detalle puede torcerla en cualquier momento.
Es un regalo leer este micro.
Besitos
Qué generosa eres siempre, Elysa. Un millón de gracias.
Eliminar¡Espectacular!
ResponderEliminarEl suspenso crece momento a momento, y uno espera que el drama se apodere de la situación.
La sonrisa salvadora es la llave que nos deja tranquilos.
Muy, muy bueno.
¡Y fuerte el aplauso por esa narración en segunda persona! Tan difícil de lograr...
Saludos...