Siempre le habían gustado las casas
grandes, con muchas más habitaciones y baños de los que necesitaba, y sobre
todo con una buena buhardilla. Cada vez que se mudaba de país, Marcello llamaba
a su agente inmobiliario de Milán y este le ponía en contacto con alguien de
confianza en la ciudad de destino, donde le mostraban un catálogo de casas de
alquiler con buhardillas grandes.
La similitud entre las casas que ocupaba
era un elemento estabilizador en su vida itinerante. La carrera diplomática le
había permitido viajar, conocer
personalidades, acumular ahorros y hasta algunos lienzos catalogados. Se sentía
satisfecho, aunque no tanto por su bienestar económico como por los momentos de
genuino interés que habían alumbrado todos y cada uno de los días de su vida. A
sus sesenta y tres años estaba convencido de haber alcanzado la plenitud y de
haber sido feliz, intermitentemente.
Su sentido de la realidad tenía
algo que ver en ello, sin duda. Nunca había dejado de contemplar el curso de
los acontecimientos bajo la amenaza de una pérdida fatal. Quizá eso le había
protegido. Tenía presentes algunos destinos injustos, como el del padre
Domenico, cuya magnífica obra fuera arrasada por el fuego desquiciado de unos
indígenas. O la desesperación los compatriotas que llegaban a la embajada de
Bombay desposeídos de su vida entera tras las peores inundaciones de la
historia. Lo llenaba de tristeza la amargura de su amigo Luca, jamás repuesto
de la pérdida de su hijo por leucemia. El mundo estaba lleno de apuestas
malogradas y sueños rotos, que proliferaban como cascotes flotando a su
alrededor. Pero él sabía vivir el momento y valorar las cosas en su justa
medida. Sólo necesitaba una maleta para seguir adelante.
Políticos, financieros, actores, artistas, científicos y prostitutas;
momentos clave de la historia y momentos clave de la vida de algunas personas;
relaciones difíciles, tensiones internacionales, acuerdos económicos. Sentado
en la última de sus buhardillas, satisfecho de haber esquivado los peores
golpes de la vida, Marcello se preguntó dónde establecería su último hogar, si
en Milán o en su Brescia natal. Y cuál sería el aspecto de su última,
definitiva casa, dotada de una buhardilla tan grande y vacía como la que
contemplaba ahora, idéntica a todas las anteriores. Su pulmón de acero.
Qué bien manejas esa tensión entre ese espacio físico que siempre anhela el protagonista y el vacío que lo llena. En sí, el vacío ya incluye algo, aunque éste sea inasible y se cifre en sus infinitas posibilidades. Todas irreales, claro. O quizá sólo sea el hecho de tener el espacio para mantenerlo siempre así, vacío, como un reducto. Me gustó mucho.
ResponderEliminarAbrazos.
Una buhardilla vacía dando consistencia, no, continuidad a una vida que es como la de los otros y no lo es, llena de las cosas de siempre y de las otras. Entiendo y comprendo mucho el efecto de esa buhardilla en el protagonista itinerante, me gusta el hallazgo o el descubrimiento.
ResponderEliminarEs un relato que fluye, suave suave, usando la buhardilla como ancla. Me gustó
Sin poder decir por qué, a mí este micro me habla más de las pérdidas que de ninguna otra cosa.
ResponderEliminarComo es habitual en tu prosa, Susana, sabes sentar al lector como generador del sentido del texto. Ese sentir de Marcello como clave sémica y constructiva, ese rasgo parasimbólico que recorre todo el micro, la ajustada progresión dramática, la tensión a la que alude Agus, en definitiva, todo lo que hace a este micro una pieza excepcional.
Un abrazo.
El último hogar de Marcello será como todos, para sentirse en casa.
ResponderEliminarTendrá una buena buhardilla que es como el cerebro de su hogar, punto neuralgico de su casa, porque parece que para Marcello sin buhardilla no hay casa.
Alli es donde reflexiona y donde "guarda todos su recuerdos".
Marcello es mayor y ha tenido perdidas importantes, espero que tenga algún trocito de sonrisas y luz para recordar y guardar en su bonita buhardilla.
Besos Susana :)
Me pierdo un poco en el vacío de sus buhardillas. Me gusta interpretarlo como la orfandad material, a través de la cual un hombre experimentado se encuentra consigo mismo, sin distracciones ni vaguedades contables.
ResponderEliminarBuen relato.
Una perta.
No sé si es una vida plena, medio plena o vacía como la buhardilla, al fin y al cabo sólo necesita de su maleta para seguir adelante, ligero equipaje para guardar toda una vida, no sólo debe tener de acero los pulmones, también su corazón, que debe estar abuhardillado.
ResponderEliminarGracias por el relato y hacernos pensar. Besos
Me gusta ese discurrir por las casas, como por la historia porque la nuestra se hace a través de ellas, incluso enlaza a los que la habitaron.
ResponderEliminarUna vez le escuche decir a una amiga que su casa era su bunker.
Pero al fin y al cabo todos morimos solos.
Abrazos.
Una buhardilla es, una buhardilla es... No sé por qué me ha recordado lo de la rosa. Lo impresionante del relato es que, por mucho que cambie de lugar, por mucho que busque la similitud de casas que lo acojan, no está seguro en ningún sitio. Y es que la seguridad viene de dentro.
ResponderEliminarAbrazos,muchos.
Muchas gracias, AGUS, LUISA, PEDRO, NIEVES, CORTACUENTOS, ARTE PUN, ISABEL y LOLA por leer y comentar este cuento escurridizo. Un fuerte abrazo a cada uno.
ResponderEliminarMuy buen micro. Me imagino, y quizás sea un pensamiento no tan atado a tu cuento, que un hombre que viaja así escapando del temor a perder... ya perdió. Perdió quizás un hogar estable, o a la gente que dejó atrás.
ResponderEliminarEse medir su vida con las desgracias ajenas, esa necesidad de una gran buhardilla allí arriba, el saber vivir y valorar las cosas en su justa medida, y sólo necesitar en realidad una sola maleta... Todo esto, intuyo que encierra una clave que hay que descifrar. Me pondré a ello.
ResponderEliminarUn abrazo
PD. Desde que has vuelto que no paras de darme faena...
Uno de los mejores que leí en tu blog, Susana. Es que a mí me gustan cuando son más extensos y cuando usas este registro lingüístico. Estoy seguro de que si nos quitáramos (me incluyo) el ropaje incómodo del 'microrrelato', podríamos mostrar mucho más como escritores. Este texto tuyo, a mi forma de ver, pide más vuelo.
ResponderEliminarUn beso.
HD
Este tipo no es de fiar. Su pulmón de acero es su soledad, un vacío que lleva dentro de sí mismo por mucho que cambie de lugar. Un tipo escurridizo que no me gusta un pelo.
ResponderEliminarLo que sí que me gusta es tu forma de contarlo.
Muchos besos
Muchas gracias LUCAS, MIGUELÁNGEL, HUMBERTO y ELENA por leer en este personaje la soledad y la falta de implicación. A mí tampoco me parece de fiar...
ResponderEliminarSusana, la relación más estrecha acá son sus viajes y el vacío de la Buhuardilla. En sí, no es que a él le guste las mismas características de este lugar de la casa cada vez que se muda, sino que por estar siempre vacía, siempre será igual, y, por lo tanto, sabe que no tendrá como sujetarse, tener raíz en un lugar al viajar tanto y le será más fácil, podrá protegerse de la mejor manera, cuando desea trasladarse, escapar. Bueno, así lo veo, je. Abrazos.
ResponderEliminarMuy bueno. Me gustó esa sensación que me queda como lector, luego del punto final, sobre el incierto devenir del personaje de la historia en un futuro no tan lejano.
ResponderEliminar¡Saludos!
¡Gracias, ESKIMAL y JUANITO!
ResponderEliminarMe llevas a pensar en el espacio vital que todos necesitamos, unos han tenido y otros no. Aquellas buhardillas donde nos escondíamos de pequeños, en las horas de calor, ajenos a los deberes, siestas obligatorias y mundanales ruidos. Has presentado muy bien la vida de este diplomático y ese salvavidas que es un lugar vacío para encontrase con uno mismo. Es importante vivir con una sola maleta. Me gustó
ResponderEliminarEste hombre no ha vivido, por eso sus buhardillas vacías, como su interior, esa es mi impresión.
ResponderEliminarA través de tus palabras es lo que percibo, sí ha estado cerca de hechos y acontecimientos, pero no los ha sentido, no veo empatía en él. Es triste tu personaje hoy.
Besitos