Una de las noticias más interesantes del telediario de hoy tiene que ver con la recomendación de la Royal Society de elaborar un plan mundial para la resistencia a un ataque alienígena. “Si se produce una invasión, será violenta”, lapidan.
La señora María siempre tuvo la sospecha de que las novelas de ciencia ficción, y hasta los tebeos, dibujaban una fantasía disuasoria; la mejor operación de descrédito de todos los tiempos: asociar el peligro real a los medios más superficiales y fantasiosos para restar credibilidad al asunto. Una operación de desprestigio made in USA, claro, aunque algunas décadas antes que lo de Wikileaks. El carácter obsoleto del invento se manifiesta ahora con la grave revelación de la Royal Society. (O son unos bocazas, piensa.)
La señora María sospecha que los alienígenas conviven con los terrícolas desde los años cincuenta, pero que no son depredadores ni violentos, como cree la Royal Society, sino seres superiores, capaces de comunicarse sin hablar y de percibirse en colectividad sin manifestarlo. Por eso, cuando viaja en metro, intenta adivinar quiénes entre sus compañeros de viaje son alienígenas disimulando su condición, y quiénes terrícolas ignorantes. Espiándolos con esmero, alguna vez ha logrado pillar algún cruce de miradas delator. También está convencida de que esos mismos seres superiores se amalgaman con las clases dirigentes y tratan de enmendar el monumental estropicio en que se está convirtiendo la Tierra, ni más ni menos que porque ellos mismos han decidido hace mucho que el planeta azul sea lugar de paso, evolución o maduración de los alienígenas más limitados (más tontos). Es decir, enviaron desecho y no controlan.
Por todas estas convicciones, la señora María observa profundamente a la presentadora que retransmite la noticia y, de pronto, asiste a una revelación: sabe que ella es la única telespectadora que ha descubierto sus orígenes extraplanetarios. Admirándose de sí misma (siempre tuvo su pizca de vanidad), se pregunta por un segundo si no tendrá ADN compuesto, o algún tipo de percepción extrasensorial superior, puesto que está a medio camino de descubrirles.
Sobrecogida, nota la insistencia con que la presentadora la mira. No es una mirada; es una aguja hipodérmica que atraviesa la pantalla y la clava en el sofá de su casa. En ese instante, conmovida hasta la médula, oye que le susurran: despierta.